LOS FUEGOS DE LAROYA: EL FENÓMENO DE LA COMBUSTIÓN ESPONTÁNEA EN UN PUEBLO DE ALMERÍA
Uno de los casos mejor constatados sobre el extraño fenómeno de las combustiones espontáneas se produjo en el pueblo de Laroya, en la provincia de Almería. Una serie de incendios, aún no muy bien explicados, sembraron el miedo y el desconcierto entre los habitantes de este pueblo. El nombre de este pueblo tiene origen árabe y su significado puede interpretarse por el de hoya, accidente geográfico que indica enclave en hondonada.
El 16 de junio del año 1.945, sin que nadie supiera la causa, ardieron varias casas y enseres en los distintos domicilios de las gentes del pueblo. Uno de los primeros episodios tuvo lugar en las tierras del cortijo Pitango. La ropa de la niña María Martínez prendió de forma inexplicable cuando descansaba en su cama. Esa misma tarde, en el cortijo Francos ardió el trigo y algunos aperos de labranza.
Creyendo que lo que sucedía estaba siendo provocado por gente desaprensiva, durante los primeros días de los hechos se crearon grupos de vigilancia para capturar a los posibles pirómanos. Pronto se descubrió que el origen de todo aquello estaba provocado, según contaron testigos que vivieron aquellos momentos, por unas “bolas de luz blanca o azulada”, perfectamente visibles durante la noche. Surgían de la nada y flotaban en el aire con una intensidad inusitada.
Laroya no tenia en aquellos tiempos de posguerra, ni suministro eléctrico ni dispositivos de combustible o de productos químicos que pudieran explicar o provocar los sucesos que estaban ocurriendo. Durante más de dos meses aguantaron estoicamente aquellos almerienses, tensas jornadas de angustia, miedo e incertidumbre. La prensa de la época daba cuenta de más de cuatrocientos incendios constatados que nadie había podido prever ni evitar. Nada parecía quedarse exento del riesgo de terminar convertido en cenizas.
La guardia civil de Macael fue informada de lo acontecido. Muchos de sus miembros fueron testigos en repetidas ocasiones de los hechos denunciados. Uno de los oficiales, el teniente Antonio Arriba, vio como ardía su abrigo cuando iba a colgarlo en la percha de una de las viviendas que investigaba.
Cuando “los fuegos” se fueron extendiendo por la zona, la prensa nacional se hizo eco de la noticia. El Correo de Andalucia y el ABC incluirían en sus páginas extensos reportajes sobre el evento. Las autoridades se vieron obligadas a tomar cartas en el asunto y enviaron a varias delegaciones de científicos al lugar de lo sucedido para que lo estudiaran y pudieran dar una explicación que calmara los ánimos de la victimas.
Las instituciones científicas más reconocidas intervinieron en las investigaciones. Podemos citar entre ellas el Centro Geofísico del Consejo Superior de Investigaciones Científicas con el doctor López Azcona Llorente y el meteorólogo Román Samaniegos, el Instituto Sismológico de Almería con el doctor José Rodríguez Navarro y el Servicio de Magnetismo y Electricidad Terrestre del Instituto Geográfico y Catastral. Como responsable de éste último estaba D. José Cubillo Fluiters, empeñado en demostrar que los fenómenos podían explicarse con los recursos que la ciencia tenía a su alcance. Con un complejo instrumental iba de un lado a otro haciendo mediciones y tomando nota de lo que observaba. Sin embarga, el escéptico científico tuvo que ver como todo el equipo ardía delante de sus ojos, sin que nada ni nadie pudiera evitarlo.
Don Jóse Cubillo, se marcho sin poder dar la razón de lo que allí estaba pasando. Sin embargo, en el informe oficial con fecha 30 de junio de ese mismo año, relaciona los motivos descartables:
“no han sido originados por actividad volcánica, ni por trastornos geológicos que hayan dado lugar a desprendimiento de materiales de ignición … El origen de los incendios no se halla en manifestaciones internas ni en la superficie del terreno. Tampoco cabe achacar la causa a fenómenos eléctricos ni a la ionización de la atmósfera, ni en efectos térmicos de radiaciones solares. En resumen, no hay causa definida a lo que puede achacarse todos los sucesos ocurridos y debe descartarse, desde el primer momento, toda sospecha de que hayan sido provocados por la mano del hombre.”
Una vez emitido el informe oficial, lo único que parecía claro era que nadie podía explicar lo que estaba pasando en aquel pequeño municipio almeriense. Cuando la reiteración de los incendios dejó de ser noticia, los periódicos dejaron de hablar del acontecimiento, aunque las gentes del pueblo siguieron sufriendo sus consecuencias, durante mucho tiempo después.
El investigador Iker Jiménez Elizari pudo recoger varios relatos de algunos lugareños que aún recordaban detalles que vivieron durante el tiempo que duraron los fuegos. Según los testigos decía, “aquí dentro de la sierra – le confesó uno de los testigos – se vio también una figura rara. Nosotros le decíamos el niño, surgió de aquellos montes, de eso si que me acuerdo”.
Según describen, la figura de un niño que tenía aspecto cadavérico, pequeña estatura y emitía constantemente algo parecido a radiaciones o luces de alta intensidad.
“Cuentan que daba miedo verlo y que no se parecía a ningún ser humano normal conocido.”
Otra historia relacionada con estos sucesos es la de la familia de María Martínez Martínez, conocida como la niña de los fuegos. En varias ocasiones, esta vio como ardían sus ropas. Decidió suicidarse ingiriendo sosa cáustica, su hermano se ahorcará dentro del cortijo y su otra hermana, se precipitaría por un barranco, decidida a poner fin a sus días. Poco después de estas muertes, los llamados fuegos desaparecieron definitivamente, la superstición hizo que se relacionaran con la idea de que ellos fueran los que generaban los fuegos de forma mediumnica.
Como es sabido, estos fenómenos llamados de combustión espontanea se han podido constatar en distintas partes del mundo, son casos celebres la muerte en extrañas circunstancias de CorneliBandis. En Laroya volvieron a producirse en 1.950. Laroya actualmente es un pueblecito encantador, de gentes amables y hospitalarias, que inmerso en un paisaje de leyenda, cuentan todavía, con temor y asombro, una historia singular, de la que fueron protagonistas sus mayores.
Vinculados a estos sucesos se ceunta la leyenda de la maldición del moro Jamá. Pedro Amorós, en su libro Guía de la España misteriosa, investigó sobre ella y no encontró en Laroya nada que justificara esa tradición. Es posible que tenga su origen en un proceso inquisitorial que tuvo lugar en el pueblo próximo Macael contra un vecino llamado Juan de Benavides. Asoció el fenómeno de los fuegos a señales dirigidas por Mahoma a los infieles cristianos. Fue llevado preso y sus bienes confiscados, ignorándose el castigo que le impusiera el santo Oficio, tanto si fue condenado a ser quemado en la hoguera o el destierro, es posible que Jamá maldijera a sus verdugos.